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Historia del corsé femenino

El corsé es una de las prendas de moda que más mitos y controversias esconde, pero su historia muestra que fue una pieza deseada por la mayoría de las mujeres para estilizar su figura en función de los gustos de la época.

En contra de lo que se suele pensar no estuvo reservado a una clase social concreta, no era tan malo para la salud y hubo hasta modelos que se diseñaron para los hombres (para tratar afecciones de espalda o para dandis del siglo XIX).

En un determinado momento incluso empezó a rodearse de un sentido erótico y se vinculó a ciertas prácticas sexuales. En realidad, el origen y desarrollo de esta prenda interior es realmente un recorrido por la evolución de una parte de la moda a lo largo del paso del tiempo.

En los últimos años, se ha extendido el espectro de su influencia popularizándose en la cultura BDSM o la cultura gótica. Además, muchas prendas son vendidas como corsés cuando, técnicamente, no lo son. Muchos de los corsés actuales son en realidad bustiers o tops: están generalmente hechos de encaje, tejidos sintéticos imitando a los de antaño, pero apenas alteran la figura del que lo lleva.

Primeros corsés femeninos

Los primeros corsés se encuentran en las civilizaciones antiguas de Creta y Micenas, pero en el resto de Occidente aparece en el siglo XVI, al popularizarse su uso en la corte de los Medici. Su propósito inicial era conseguir un torso cónico, rígido y estilizado para las damas de la aristocracia y la nobleza. Estos primeros corsés se hacían en su totalidad en metal, eran totalmente rígidos y por tanto limitaban la movilidad.

A partir de estas primeras prendas interiores se comienzan a crear prendas cada vez más complejas y armadas mediante patrones muy trabajados para lograr una perfecta silueta, que junto con las demás prendas interiores de moldeado: panniers, miriñaques, que eran como jaulas en forma de embudo, de tela con varillas de metal, sustentaban el vestido exterior. Esto se conseguía mediante la superposición sobre ese armazón de varias faldas, la última de las cuales, que era la que quedaba a la vista, era de un tejido lujoso ricamente ornamentado.

En el siglo XVII en las Cortes europeas, en un contexto de lujo absolutista y de ostentación barroca, el torso cónico anterior se modifica para conseguir estrechar la cintura y alzar el busto, además de realzar las caderas que se exageran poniéndose alrededor de ellas una rosca de algodón que ahuecaba más las faldas.

Los cuerpos o corsés se hacen entonces rígidos mediante una serie de ballenas o varillas de metal o madera, aunque también de hueso, insertas en la pieza de tela. Es ahora cuando se comienza a popularizar su uso también entre la burguesía, para ceñirse al ideal estético de la figura de la época. Alrededor de los doce o trece años, las niñas de familias adineradas se iniciaban en el uso de esta prenda, que seguirían usando hasta el final de su vida ininterrumpidamente.

Eran más bien incómodos y rígidos y a medida que avanza el siglo XVII y el XVIII, según va cambiando la silueta del vestido femenino, su forma se va adaptando, construyéndose patrones cada vez más intrincados y sofisticados, ya que su propósito era modificar la anatomía a merced de la moda de la época. Además, se jugaba con la ornamentación y los tejidos, dependiendo del estatus social, aderezados con cintas y encajes.

La liberación de quitarse el corsé

Tras la Revolución Francesa el corsé cae en desuso al considerarse una opresión para la mujer, al igual que las medias, zapatos, pelucas y calcetas. Además, era odiado por Napoleón Bonaparte, considerándolo como «El asesino de la raza humana», debido a que algunos creían que causaba los abortos naturales y la descendencia de la natalidad, a pesar de que sus dos esposas lo usaban. Pero a partir de 1820 resurge y vuelve a usarse de forma común.

Ya en el siglo XIX, con la Revolución Industrial, se vuelve más accesible. Llega a ser una prenda de culto popular, llegándose a considerar como una disciplina en torno a mediados de siglo, cuando alcanza su máximo apogeo, se adorna ricamente, con bordados, pedrería, encajes y unas formas muy trabajadas. La nueva figura femenina consistía en una idealización elevada al extremo de las formas, aportando una apariencia frágil y elegante (es así hasta 1905) de reloj de arena, con el busto elevado y una cintura estrechísima, llamada «de avispa», afinada por el uso continuado del corsé que contrastaba con una falda muy voluminosa que va evolucionando durante el siglo siguiendo las tendencias impuestas.

En la transición del XIX al XX, una nueva tendencia proveniente de París comienza a calar en la moda, la Belle Epoque. En el ambiente imperaba un positivismo y una predisposición a la ciencia y al progreso general. Se popularizan los cabarés, donde el corsé y la feminidad se ensalzan y se vuelven extremadamente teatrales.

Ya con el inicio del siglo XX la mentalidad y la sociedad cambian, buscando una mujer más activa, libre de enaguas y corsés. Las feministas piden su desaparición y a partir de 1905 la moda adopta una silueta más flexible, que sigue la línea natural del cuerpo, sin necesidad de corsé muy ceñido. Con el estallido de la Primera Guerra Mundial esta nueva posición y estética de la mujer se imponen. La silueta se libera y prima una figura recta, sin destacar las formas femeninas. La falda se acorta y la indumentaria se simplifica, desapareciendo definitivamente el antiguo corsé.

Tras la Segunda Guerra Mundial, en 1947, el modista Christian Dior populariza una nueva silueta, la New Look, en la que la cintura se afina de nuevo y la falda vuelve a ser de vuelo muy amplio, aunque no hasta el suelo. Vuelven así las superposiciones de combinaciones para ahuecarlas y el corsé, ahora en tejido sintético, cómodo y elástico. La silueta de los años 40 y 50 volvió así a basarse en la exageración de las formas femeninas, hasta que volvieron las líneas más naturales desde 1958.

A partir de este momento, el uso del corsé pierde popularidad, aunque se reserva mayoritariamente a la alta costura o para círculos minoritarios que se atreven con esta prenda.

 

Comentario (1)

  1. Felipe MOn

    Muy ameno e interesante leer esto.

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